La mayoría de turistas extranjeros afirman que las ciudades niponas son muy limpias e incluso se sorprenden al comprobar cómo las calles de una ciudad tan grande como Tokio están impolutas. Sólo hace falta dar un paseo por una de las calles de Ginza o adentrarse en sus estaciones de metro o de tren para ser conscientes de que la limpieza en Japón no es sólo una cuestión de organización.
La limpieza forma parte tanto de nuestra educación como de nuestra cultura. Desde que somos niños se nos enseña a mantener el orden en nuestra casa, a reciclar exhaustivamente los residuos que producimos y a limpiar aquello que ensuciamos.
Esto se traslada también a nuestra etapa escolar. La limpieza de nuestras aulas, de los pasillos y de los baños (de nuestro colegio al fin y al cabo) es una tarea más de nuestro paso por la escuela. Por este motivo son numerosos los ciudadanos (niños, adultos y ancianos) que se ofrecen como voluntarios para limpiar las diferentes partes de la ciudad. Aquí no es común encontrar papeleras en todas las esquinas ni ver a grupos de limpieza encargarse de la ciudad. Somos los propios ciudadanos quienes nos encargamos de reciclar nuestros residuos en casa y los que limpiamos las calles de nuestras zonas de trabajo y de nuestras casas.
Por otra parte, el uso de higienizantes de manos -que están a disposición de los visitantes en comercios, monumentos y lugares de interés- y de mascarillas es habitual en nuestro país. Por lo general, ni siquiera damos el dinero en la mano a otras personas sino que tenemos pequeñas bandejas en las que dejarlo para evitar la transmisión de gérmenes.
Si bien la mayoría de los occidentales suelen pensar que llevamos mascarillas por la contaminación o por la alergia, la realidad es que nos las ponemos cuando tenemos cualquier síntoma de enfermedad por conciencia social. Entendemos que el uso de una mascarilla puede evitar el contagio de muchas personas y la pérdida económica que esto conlleva.
Esta es la razón por la medidas que se consideran excepcionales en otros países y que se ponen en práctica en momentos de pandemia, en Japón no resultan una novedad.
Aunque, como he dicho, la educación ciudadana es en buena parte una de las razones que llevan a que Tokio y las ciudades japonesas en general sean de las ciudades más limpias del mundo, también hay en esta rutina un trasfondo cultural. La influencia del santoísmo y del budismo zen en nuestra cultura nos ha llevado a entender la limpieza del entorno como una condición necesaria para conservar la salud del cuerpo y del espíritu.
Así, la limpieza es para los japoneses una rutina y un ritual. Para nosotros es importante mantener limpia desde la plaza imperial (pues consideramos que el lugar donde habita el emperador debe estar impoluto) hasta un pequeño rincón de nuestra casa. La batalla contra el kegare (concepto sintoísta que significa impureza o suciedad) sigue presente en nuestra forma de entender el mundo: la limpieza es tan importante porque un sólo individuo puede afectar a la sociedad en su conjunto.
En estos tiempos de pandemia mundial es fácil encontrar fotos de grupos de limpieza desinfectando las ciudades. También en Tokio. Sin embargo, esta foto sacada hace dos días en la estación de Shinagawa en la que se ve a dos personas limpiando los pasamanos de las escaleras mecánicas muestra lo que para nosotros es algo cotidiano.
Aunque el gobierno de Japón ha decretado finalmente el estado de alerta sanitaria en las regiones más afectadas por el coronavirus (Tokio, Osaka, Yokohama, etc.), es gracias a esta idea de la limpieza como rutina y ritual y al trabajo que realizamos cada día los japoneses que el número de personas contagiadas (pese a seguir subiendo) y de personas fallecidas es mucho menor que en otros países del mundo.
Las fotos las saqué la semana pasada en la zona de Marunouchi, Hibiya y Omotesando y como se puede ver, ya nadie camina por las calles.